El tesorero Brandon Beach presionó el botón que acuñó el último centavo en la sede de Filadelfia, celebrando el fin de una moneda cuyo costo de fabricación —casi cuatro centavos por unidad— resultaba insostenible. Según dijo, la eliminación ahorrará 56 millones de dólares a los contribuyentes.
El penny, introducido en 1793, llegó a comprar galletas y caramelos. Hoy, termina olvidado en frascos y gavetas. Su desaparición, ordenada por el presidente Donald Trump, responde al alto costo y la baja utilidad de la moneda.
En las semanas previas, la escasez generó caos entre comerciantes. Algunos redondearon precios a la baja, otros pidieron a los clientes llevar cambio exacto y unos cuantos ofrecieron bebidas gratis a quienes entregaran centavos acumulados.
Aunque grupos habían pedido eliminar la moneda desde hace décadas, organizaciones comerciales criticaron que el proceso fuera abrupto y sin orientación clara.
La medida sigue el ejemplo de países como Canadá, que dejó de producir su centavo en 2012. Para coleccionistas e historiadores, el penny representaba mucho más que su valor: era un símbolo cultural que reflejaba la identidad y la historia del país.
Con su desaparición, Estados Unidos cierra un capítulo monetario que acompañó generaciones enteras.