La cumbre anual del G-7 celebrada en la localidad alemana de Elmau es el retrato de un orden mundial en estado de peligrosa convulsión.
Los líderes de las grandes democracias industrializadas aprovecharon la cita para afinar su estrategia ante la guerra rusa en Ucrania.
En ese sentido, acordaron explorar vías para establecer límites al precio del crudo ruso, un giro con respecto a las insatisfactorias estrategias utilizadas hasta ahora.
Pero el comunicado final de este martes también reserva una amplia serie de advertencias a China.
Esto con respecto a sus actividades de proyección de influencia en el sureste asiático, sus prácticas económicas y el trato a la minoría uigur.
También reclaman a Pekín que presione a Moscú para frenar su guerra.
En conjunto, las conclusiones describen un mundo en creciente polarización entre el bando de las democracias y el núcleo autoritario conformado por Rusia y China.
Frente a Rusia, el aspecto más novedoso es la disposición a explorar un mecanismo de tope al precio del crudo, una tarea compleja, a la que los Siete invitan a otros países a sumarse.
La constatación de una dinámica por la que, con las actuales sanciones, Rusia sigue logrando altos ingresos mientras los precios se desbocan para los consumidores ha propiciado el giro.
El mecanismo estudiará vías para ampliar al máximo su funcionamiento, incluido prohibir el recurso a servicios financieros, de transportes o de aseguradoras occidentales a quienes no respeten el tope.
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