Por Lianna Medina.- En un tórrido día con el aire todavía frío en la isla Seokmodo, Corea del Sur, en abril, Park Jung-oh estaba de pie a orillas del mar arrojando al agua botellas de plástico llenas de arroz con Corea del Norte como destino final.
Park ha enviado botellas de arroz desde hace una década, hasta que su gobierno prohibió el envío de material “anti-Corea del Norte” a través de la frontera en junio del 2020.
«Enviamos las botellas porque la gente de la misma nación se muere de hambre. ¿Está tan mal?», preguntó el hombre.
Aunque en septiembre pasado el Tribunal Constitucional anuló la prohibición, Park no quiso llamar la atención de inmediato.
El 9 de abril, Park pudo volver a ejecutar su operación abiertamente sin que el gobierno interviniera. Así fue como a plena luz del día, aprovechó el pronóstico de que el flujo y reflujo del mar sería más pronunciado, de modo que las botellas podrían llegar más rápido al Norte.
«Significó un nuevo comienzo para mi activismo», explicó.
Park abandonó Corea del Norte hace 26 años. Su padre era un espía de ese país que decidió huir al Sur, por lo que toda la familia se vio obligada a desertar.
El régimen desató una campaña de difamación y prometió perseguir a todos y cada uno de ellos.
A lo largo de su vida en Corea del Norte, vio cómo las personas morían de hambre en las calles.
Quedó atónito cuando un misionero que viajaba con frecuencia a China le contó cómo soldados bien armados, descendían a la provincia norcoreana de Hwanghae y se llevaban todos los granos durante la temporada de cosecha, dejando a los habitantes sin alimento.
Él nunca antes había oído hablar de alguien que muriera de hambre en esa rica zona productora de arroz.
Activismo en botellas
En 2015, Park fundó Keun Saem con su esposa para enviar suministros en botellas de plástico a la provincia de Hwanghae.
Consultaron a navegantes locales y al Instituto Coreano de Ciencia y Tecnología Oceánicas sobre los horarios de las mareas altas, y fue así como aprendieron que en los días en que el agua fluye más rápido, sólo se necesitan unas cuatro horas para que lleguen a Corea del Norte.
Además de un kilo de arroz, la botella de plástico de dos litros también contiene una USB con canciones de K-pop, K-drama ambientado en el Norte, videos que comparan a las dos Coreas y una copia digital de la Biblia.
Hoy en día, los dispositivos electrónicos son más que comunes en la vida cotidiana de una persona, por lo que Park cree que los norcoreanos merecen tener el mismo derecho al acceso de estos contenidos.
«Mucha gente piensa que no hay electricidad en Corea del Norte, pero he oído que hay muchos paneles solares que llegan a través de China, que pueden usarse para cargar baterías, especialmente durante el verano», dijo Park.
A veces, en cada botella se incluye un billete de un dólar estadounidense para que los destinatarios puedan cambiarlo por moneda china o norcoreana.
El año pasado, el tipo de cambio oficial era de 160 wones norcoreanos por un dólar estadounidense. Se sabe que el cambio en el mercado negro es más de 50 veces mayor.
Durante la pandemia, Park y su esposa colocaron analgésicos y tapabocas en el interior de las botellas, suministros muy necesarios ya que Corea del Norte estaba aislada del resto del mundo. Pero esto tuvo lugar cuando entró en vigor la mencionada prohibición en diciembre del 2020 por lo que solo podían enviar las botellas en secreto con el riesgo de ser arrestados.
Meses antes, la poderosa hermana del líder Kim Jong-un, Kim Yo-jong, emitió una advertencia a los activistas que enviaran folletos contra Corea del Norte, acusándolos de violar los acuerdos intercoreanos.
Días después, el Norte destruyó la simbólica oficina de enlace conjunta en Kaesong, una ciudad cercana a la zona desmilitarizada.
La ley resultó ser muy controvertida. Los críticos lo llamaron el «decreto de Kim Yo-jong», acusando al gobierno del expresidente Moon Jae-in de estar demasiado ansioso por sosegar al Norte; mientras que las autoridades lo defendieron, diciendo que era para proteger la seguridad de las zonas fronterizas y estabilizar las relaciones intercoreanas.
«Nos trataron como criminales», recordó Park. «Fui y volví a la comisaría durante casi tres años. Me sentía exhausto y atormentado».
Difícil pero no imposible
A pesar de la revocación de la prohibición, a Park le resulta más difícil enviar botellas hoy en día.
Las iglesias y las organizaciones de derechos humanos solían hacer donaciones, que desde entonces se han agotado. Otros desertores también quieren enviar estas botellas a su tierra natal, por lo que cada uno de ellos aporta 200.000 wones (unos US$147) cada vez.
Su relación con los habitantes de la zona también se ha deteriorado después de la legislación de 2020, pues algunos creen que lo que hace Park amenaza su seguridad.
Antes su activismo era de bajo perfil, no despertaba tanta sospecha, incluso el jefe de un pueblo cercano solía aconsejarles los mejores lugares para arrojar las botellas y, en ocasiones, se unía a la jornada.
Esta vez, Park tuvo que arrojar las botellas bajo la atenta mirada de una docena de policías, marines y soldados.
Los agentes estaban dispuestos a actuar como mediadores, pero también le preguntaban una y otra vez si había algo confidencial o sensible en el interior de las botellas.
«Una vez escuché que una norcoreana sospechó del arroz dentro de la botella, así que lo preparó al vapor y se lo dio a un perro. Y como el perro estaba bien, probó el arroz y pensó que la calidad era muy buena. Entonces, lo vendió a un precio alto y compró una gran cantidad de cultivos baratos como maíz», contó Park.
A lo largo de su activismo Park ha llegado a recibir varios testimonios de personas que recibieron su ayuda y que muestran su agradecimiento hacia él.
Una familia de nueve personas que desertó del Norte a principios de 2023 dijo que habían recibido las botellas y le enviaron a Park un mensaje de agradecimiento a través de otro desertor.
Hace cuatro años, otra desertora también le agradeció que le hubiera salvado la vida enviándole las botellas.
Park no ha conocido personalmente a ninguno de los destinatarios, ya que sólo quería ayudar a la gente, no buscar elogios.
«Los norcoreanos están aislados del mundo exterior. Obedecen al Estado sin cuestionar, temiendo las consecuencias de la disidencia», dijo.
«Esto es lo mínimo que puedo hacer para ayudarlos».
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