Aunque la Casa Blanca salió rápidamente en su defensa, calificando las acusaciones como una “campaña de desinformación” promovida por empleados descontentos, las críticas no se han hecho esperar, incluso dentro del propio Partido Republicano.
Legisladores conservadores han expresado preocupación por la posible exposición de secretos militares a potencias extranjeras mediante ciberespionaje, especialmente en un momento de creciente tensión internacional.
Expertos en ciberseguridad también advierten sobre el uso de aplicaciones no oficiales para tratar temas delicados, lo que representa un grave riesgo para la integridad de las operaciones militares del país.
El escándalo tomó aún más fuerza cuando The Atlantic reveló otra filtración procedente de un grupo de Signal en el que altos funcionarios del Pentágono habrían discutido estrategias militares específicas, incluyendo planes de ataque contra los rebeldes hutíes en el Medio Oriente.
Según la publicación, el editor en jefe de la revista, Jeffrey Goldberg, fue añadido accidentalmente al grupo, lo que le permitió acceder a los mensajes sin autorización previa.
Aunque desde la administración de Donald Trump se admitió la autenticidad de los mensajes, se aseguró que no contenían datos clasificados.
Sin embargo, esta versión ha sido duramente cuestionada por analistas de seguridad nacional, quienes señalan que incluso información aparentemente inofensiva puede ser valiosa en manos equivocadas y, por tanto, debe manejarse bajo estrictos protocolos.
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